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En el fondo del Mar

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Ya llevo un tiempo en el fondo del Mar. No se cuanto, y tampoco sé cuanto tiempo mas voy a estar.

Es un sitio, tranquilo, monótono, azulado. Es oscuro, en ocasiones se ve un resplandor en lo mas alto. Debe ser el sol. 


Ya no salgo casi nunca a la superficie, me acostumbré a este lugar, tampoco lo hacen los peces que por aquí navegan.  


No se si es de día o de noche, me da igual, no se si pasa el tiempo, y si es así, tampoco sé si es necesario.


Al principio me costó adaptarme, no veía nada. Me esforzaba en abrir los ojos y poco a poco fuí descubriendo matices de color de azul y gris para adivinar las formas del fondo marino y de las plantas y animales que se mecen al unísono.


Quise aferrarme a las rocas del suelo pero las corrientes, constantes y poderosas me arrastraban. Así que aprendí a deslizarme entre ellas. Me acariciaban mi cuerpo desnudo casi obscenamente y yo me dejaba. 


Aprendí a escuchar lo que no oía, los ruidos del centro de la tierra, la llamada de la madre Naturaleza hacia su regazo de pureza. Me embriagué con los lejanos cantos de la ballenas, sordos, átonos, constantes , lejanos faros sonoros en la oscuridad.


Así que ahora deambulo por un océano de humo liquido, sin mas rumbo que el los violines de las ballenas y los susurros de las mareas. 


Ya no respiro, ni como, ni bebo. "Inspiro" agua por la nariz y la expulso por la boca, lo aprendí de los peces que siempre están aquí, temerosos de mi compañia.  No sé donde me duermo y tampoco sé donde me despierto. 


Hoy he visto un pecio, un barco hundido. Era el único ser del fondo del mar que reconocía que era ese amasijo de hierro y objetos herrumbrosos y ya cubierto por los primeros mantos coralinos 


Me causó curiosidad, así que me adentré entre sus bodegas y camarotes. Me encontré con restos de una vida terrestre, con objetos que vagamente me recordaban una vida anterior. Por un instante, mi mente hizo un viaje de miles de dias hacia el pasado y no logró recordar mas que un acantilado y el rompiente de las olas bajo mi fija y obstinada mirada a la blanca espuma que se batía en duelo con las rocas. ¡Dios mío¡ ¡Cuanto hace que estoy en el fondo del Mar¡ 


Una puerta abierta me condujo a un habitáculo, parecía la habitación de una dama. Todavía había ropas contra el techo, deshilachadas, muebles y objetos de madera que nunca saldrán de ese jaula submarina, historia que jamás se contará. Y allí estaba, de entre la nube de agua, apareció aquel espejo, grande, casi ya opaco.  


Y me ví, Mis ojos ahora eran mas grandes y mi cara afilada, sin pelo y casi sin orejas. Ni tan siquiera tengo piernas , ni brazos, ni manos. Esto que escribo, no lo escribo, solo lo pienso. O creo que lo pienso.


No quise contemplar mas. Las letanías de las ballenas ya se oían lejos y no quería perder la guía sonora de mi senda marina. 


No sé cuanto tiempo mas estaré en el fondo del Mar. tampoco se con claridad si esto es el  Mar.



Jose Baruco.   

El Tránsito

Por favor, póngame otra cerveza.

El autor de esta frase no es el típico estador de bares que ha convertido el local en un lugar de habitación permanente. 

El autor de esta frase es un tipo joven, bién vestido, en apariencia culto, que en ocasiones habla con personajes puntuales y a los que les cuenta las cosas de sus viajes. 

Viste traje, siempre aseado, con un maletín de portátil y un móvil que nunca utiliza. Siempre viene los viernes por la noche. 

Bebe cerveza de importación, de las morenas, de las que bién tratadas con el juego de luces de la barra, se convierten en manás de espumoso oro.

Aunque la tiene,no hay prisa, hay que proceder al ritual, a la contemplación de la espuma, a la percepción de ese fuerte olor. El hombre la mira fíjamente, mientras se va produciendo la magia...

Es el momento, la luz ocre que emana la malta atraviesa dulcemente sus ojos y lo retrotraen a su semana de trabajo. Se ve con clientes, con gestiones de éxito, con residuos orales de conversaciones fructuosas. Le vienen ganas de contarlo,a su familia, de compartirlo y se promete hacerlo.

El primer trago de la cerveza es fantásrico, sensacional, es cuando ese micromomento de sensaciones concentradas y esa primera estancia en la boca se casan de una forma única.

Nuestro hombre ya está en su sitio, ya ha acabado la semana de trabajo. Y está en el tránsito hacia el fin de semana familiar. Ha comprado su recompensa, su medalla, y brinda consigo mismo sobre si mismo y sobre su misma utopía de felicidad.

La música del local, comienza a sonar redonda. Alguien del bar, ha puesto, de forma cómplice que delatan cruces de sonrisas y miradas, canciones evocadoras de los pianos de los años 80.

Y otra vez. No hizo falta mirar a los destellos de la copa, su mente se ha ido otra vez, las melodías acompañan a sus indomables deseos de futuro. Y se vé, se vé triunfando, ve lo que va a ser su vida a lo lejos con su familia, con sus proyectos cumplidos, sin límites, con la ambición propia de un solemne brindis. 

Llega la hora de irse, a su casa con su familia. Su momento ha pasado, ha cruzado el tránsito, y esta vez sí, lo hará; Hablará con su mujer, con sus hijos, les inundará de sonrisas e ilusiones contando sus planes. Tiene fuerza, es poderoso.

Hola, ¿que tal el viaje?. Bién, como siempre, sin grandes novedades, muy cansado. ¿los niños? Acostados, mañana madrugan, tienen basket y tenemos que ir al super, a comprar ropa... 



El Hombre de Negro



Desde la playa, donde jugábamos al fútbol, cuando ya casi no había mas luz que los tristes ocasos de los acantilados norteños veíamos todos los días llegar a un hombre  Era el temible, el cruel Hombre de Negro.

Corríamos hacia las calles, despavoridos, sin mirar atrás ya que solo cruzar su mirada, era una maldición , un presagio de maldad, el preludio de una terrible maldición. 

Decían los viejos que El hombre de negro, vivía en las cuevas del acantilado, en un sitio donde nadie ha estado jamás. Secuestraba a niños, mataba a los gatos que se encontraba en su camino, y robaba por las noches en las casas de los ancianos que vivían solos.

Nuestros padres nos contaban historias terribles, de lúgubres mazmorras y cadenas herrumbrosas de las carceles donde había morado, estaban atemorizados por él; nadie había que supiera cual era su nombre ni nadie había hablado con él.

Pero ahí estaba, todos los días, al anochecer aparecía, como de repente, tras una breve brisa de mar, caminando desde el otro lado de la playa, siempre en dirección al sol. Siempre solo, siempre de sombrero, siempre de negro.

El hombre de negro un día, desaparecío. Y nunca mas lo ví. Mientras tanto me mantuve ocupado construyendo una fortificación contra su terrible poder. Seguí los consejos de mis extintos padres, alimenté mis conocimentos, construí una familia y transmití el conocimiento del Hombre de Negro a mi hijos que hicieron lo mismo con sus hijos.

Me sentí seguro en mi castillo, fuerte, capaz de enfrentarme a él. 

El tiempo hizo lo demás, imprimió solera a los sellos de las puertas que el miedo cerró. le dió ese tufo rancio de las habitaciones cerradas durante años pero que su interior hay muebles de exóticas vetas.  

Hoy paseo por el ocaso de mi vida en una playa solitaría. Y a través de mis gafas del tiempo veo a los lejos un grupo de chicos que juegan al futbol. Casi no hay luz, solo unos pequeños destellos de un moribundo sol que se esconde tras las crestas arbóreas de los acantilados.

Se alertan, se paran se mirán y corriendo recogen sus cosas y se van hacia las calles, donde las luces de los bares les ofrecerán refugio.

Tienen miedo, y sus padres, con los platos de la cena en la mesa  les dirán que soy yo, que yo soy el Hombre de Negro.

Jose Baruco